A uno le hacen preguntas que le da vergüenza contestar porque sabe que sus palabras se alejan de su ejemplo. Por eso cuando me preguntaron ¿qué es para ti la Paz? me tuve que imaginar como un pastor que con su ganado, descansa a la sombra de un acebuche centenario, que crece junto a un aljibe en ruinas, en una tierra semiárida, cubierta en la actualidad de invernaderos. Solo así me atreví a contar mi experiencia, lo aprendido, y ahora la repito para conmemorar el Día de la Educación Ambiental y el Día de la Paz que se celebran esta misma semana.
La pongo en mayúscula porque la considero esencial y llevamos buscándola miles de años, tantos, que muchos piensan que no existe, que es solo un espejismo, un sueño, una ilusión, que siempre habrá guerras en el mundo porque todos queremos tener lo que tienen nuestros vecinos, porque nunca nos conformamos con lo que tenemos.
La Paz no existe más allá de ti. No pierdas el tiempo ni buscándola muy lejos, ni defendiéndola. Tú eres la Paz, tú la llevas, tú la haces, tú la transmites. Todos aquellos que provocaron guerras, conflictos, sacrificios en nombre de la Paz, aquellos que se la prometieron a los que les siguiesen, no la conocían. Ambicionaban poder, riqueza, reconocimiento de sus semejantes, y nada de eso la proporciona. El sufrimiento radica en el deseo.
Si todos estuviésemos en Paz con nosotros mismos, el mundo sería diferente. Compartiríamos, debatiríamos, escucharíamos, ofreceríamos, disfrutaríamos de lo que nos rodea y nos ayudaríamos en las desgracias que la naturaleza nos depara. La naturaleza nada tiene contra nosotros, pero el azar la hace cambiar. Si nos adaptamos a sus cambios, si no pretendemos dominarla será más fácil hallar la Paz, porque si en algún sitio podemos encontrarla, más allá de nosotros mismos, es en la naturaleza. Por eso, siempre que se representa, cuando pensamos en ella, se nos aparece un elemento natural, casi siempre en forma de acebuche, el olivo silvestre. Cierto es que también la paloma, pero porque en su pico lleva una ramita de olivo.
En el acebuche están todas las respuestas sobre la Paz. Lo que nos enseña es que para recoger sus frutos hay que plantarla, cuidarla, mimarla, y si lo haces te ofrecerá sus virtudes. La Paz no es algo que surja por azar, por muchas palabras bonitas, por muchas buenas intenciones. Si no germina lentamente, si no se riega, se abona y se le van podando las ramas que puedan partirla, no te dará ni su sombra, ni su calor en las noches de invierno, ni el aceite que te alimenta, ni la madera para elaborar el bastón que te sustentará en la vejez. Todos nacemos con esa semilla, pero la olvidamos pensando que otras nos darán mejores frutos. Preferimos perder nuestro tiempo cuidando el deseo, la envidia, la avaricia que dan frutos más apetecibles, más sabrosos, pero se sustentan en un tronco sin raíces, tan frágil que una simple brisa lo puede hacer caer.
Moisés S. Palmero Aranda es educador ambiental y escritor.
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