viernes, 19 abril 2024

Una de piratas en Rodalquilar

10 julio 2018
Juan J. García
Torre de los Alumbres

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La historia empieza en 1508 cuando un vecino de Níjar descubre la existencia de grandes depósitos de alumbres en el entonces despoblado Valle de Rodalquilar. El descubrimiento fue todo un acontecimiento ya que estos sulfatos -utilizados principalmente para fijar los tintes a la ropa- eran entonces muy escasos y tenían muchísima demanda nacional e internacional. Tanto es así que la explotación de este codiciado mineral tenía un potencial económico muy considerable -solo por detrás de la de los metales preciosos como el oro y la plata. Con semejante perspectiva, en solo unos meses ya se habían organizado prebostes y financieros que proyectaban grandes inversiones para poblar el valle y explotar las minas.

Pero había un grave problema: los piratas. Tras la expulsión de los últimos musulmanes de la península en 1492, algunos de los expulsados más ilustres, espoleados por la frustración y la humillación de la derrota, utilizaron sus fortunas para financiar flotas piratas que atentaran contra los intereses del naciente imperio castellano, tanto en el mar como mediante violentísimas incursiones terrestres. Más que hechos aislados, la piratería de la época pronto se convirtió en una guerra a gran escala; se dice que solo el temido corsario turco berberisco Barbarroja llegó a comandar una flota de más de 200 naves. La poco poblada costa del Cabo de Gata se convirtió en un enclave importantísimo en esta guerra ya que los piratas utilizaban la zona para aguar (en la Cala de San Pedro), para fondear y reparar sus barcos (en la bahía de la Isleta del Moro) y, aún más importante, para proveerse de esclavos.Aunque los navíos de los piratas berberiscos utilizaban velas, estas tenían aún un diseño poco eficiente y necesitaban el complemento de bancadas de remeros, esclavosa los que encadenaban y forzaban a remar hasta que en unos pocos meses, agotados por el esfuerzo inhumano y desfallecidos por una dieta de pan con vinagre, dejaban de responder a los latigazos y eran arrojados por la borda. También buscaban los piratas enriquecerse vendiendo niños y mujeres a los harenes de Berbería.

Ante semejante situación, los inversores necesitaban un argumento con el queconvencer a los futuros pobladores del valle de que era un riesgo asumible el venir a trabajar la mina, y la solución que encontraron fue la construcción de un torreón-fortaleza de vigilancia y defensa contra los piratas. Por esta razón, la Torre (o Castillo)de los Alumbres fue construida en 1510 (aún gobernaba como regente Fernando el Católico, para que se imaginen mejor la época), lo que constituyó la primera inversión cristiana en la Almería reconquistada. Tuvo un coste de 7.000 ducados que, respaldados por su peso de unos 25 kilos de oro, representarían hoy un valor de aproximadamente 1 millón de euros. La torre no tuvo al principio artillería y, aunque con capacidad para una pequeña guarnición de hasta 25 soldados, su función real debía de ser sobre todo la de vigilar el acercamiento de barcos sospechosos para advertir a los habitantes y que huyeran a ponerse a salvo como si los persiguiera el mismísimo diablo. En cualquier caso, la estrategia de defensa fracasó clamorosamente en 1520 cuando una bandada de 500 piratas argelinos desembarcó en el hoy llamado Playazo de Rodalquilar, destruyó el poblado, y se llevo como esclavos a 60 personas. No he encontrado la cifra de muertos, pero conociendo por otros lances el salvajismo de los piratas de la época, no me extrañaría que superara a la de secuestrados. Esto hizo que la explotación de las minas de alumbre fuera suspendida y el valle quedara de nuevo despoblado durante más de 50 años, hasta que en 1573 la actividad de la mina fue retomada y el castillo volvió a estar en uso, primero como torre de defensa y posteriormente como cárcel del Cabo de Gata. El alumbre se dejo de explotar en Rodalquilar en 1592, al haberse descubierto numerosos yacimientos en Europa que se podían explotar a menor coste.

Hoy en día, la visión de la Torre de los Alumbres invita a algunos de los paseantes de este bellísimo valle (a mi desde luego, y seguro que a muchos más) a salir de nuestro ensimismamiento y a evocar el detalle pequeño de los hechos históricos. La ferocidadde los piratas con sus alfanjes subiendo por los arenales del Playazo, la espantosa aflicción que debieron de sentir los hombres mientras los encadenaban a las bancadas de las galeras, el horror vivido por las jóvenes rodalquileñas mientras las exhibían a subasta en los mercados de esclavos de Argel o de Orán, a la espera de que algún lujurioso comprador la encerrara en su serrallo hasta que dejara de serle útil. Y también invita a dejar volar la imaginación sobre como sería la vida cotidiana de los más de 300 habitantes del valle es esa época. Las verbenas y las celebraciones, los ilusionados noviazgos y los escarceos furtivos de los amantes en las noches de verano del Playazo, la codicia del dueño y sus caciques, las durísimas condiciones de vida de los trabajadores, los alguaciles con sus arcabuces, los duelos de honor a estoque de cazoleta, los castigos a latigazos, las discusiones de los más ilustrados tras la llegada de noticias frescas: la conquista de Cuba, la invasión de Navarra…

Pero hoy, tras cumplir más de medio milenio, la torre está en un estado de absoluto abandono y, considerando el rapidísimo deterioro experimentado en la ultima década, no parece aventurado predecir que pronto asistiremos a su derrumbamiento y a su conversión en un montón de piedras sin posibilidad de restauración. Es imposible no preguntarse el porque de la indiferencia de nuestros gobernantes al rápido deterioro e inminente desaparición de esta joya histórica de nuestro querido Parque. Es fácil imaginar que, como en el no menos sangrante caso del Castillo de San Pedro, se escuden en que la (al parecer muy confusa) titularidad privada de la torre limita su capacidad de acción. Esta excusa sin embargo es totalmente inadmisible ya que desde 1949 la torre está declarada monumento bajo el amparo del Estado y, por tanto, este está moral y legalmente obligado a mantenerla y protegerla como parte del Patrimonio Nacional. Es pues responsabilidad del Estado, y de las administraciones a las que ha delegado esas competencias, el negociar, imponer, invertir, expropiar, o emprender cualquier otra medida necesaria para cumplir su obligación de que este singularísimo monumento sea restaurado y cuidado.

Tienta terminar esta historia con una airada andanada de insultos y descalificaciones a la lamentable clase política que padecemos en el país. Pero me tengo prohibido tanto el caer en la ira como el bajar al nivel de mi adversario, por lo que prefiero fantasearcon la muy remota posibilidad de que un día el azar me permita coincidir y conversar tranquilamente con alguno de los políticos responsables de este despropósito. Y tratar de explicarle que ni la historia es un frio relato de fechas y nombres (como pudieron hacerle creer en las nefastas instituciones académicas que tenemos), ni los monumentos son un mero añadido estético. Los monumentos son importantes, le diría, porque nos cuentan un relato que es utilísimo para mejorar nuestra conexión con la realidad, que nos enseña a quitarnos importancia y a vernos como una efímera y casi vana parte de un todo, que estimula y agranda nuestra imaginación y nuestra inteligencia, que nos ayuda a contextualizar los problemas que nos ha tocado vivir, que nos hace entender la capacidad del hombre de adaptarse a cualquier situación que el azar de su nacimiento haya podido depararle, y que nos permite así profundizar en nuestro conocimiento de la naturaleza humana. Y también trataría de hacerle ver que sería una grave injusticia que la negligencia de un político privara a los que vengan después de esos placeres que nosotros sí hemos podido disfrutar hasta ahora. Y, si aún así no lo consigo convencer, le presentaría a mi viejo amigo Don Alonso de Vaeçapara que él se lo explique con sus más sabias razones:

«La dicha fortaleza hes muy buena, de piedra de manpuesto, en que tiene una torre grande y por de dentro partida de muchos aposentos, con puente lebadiza de yerro, con quatro qubos alrededor, todo de piedra, con anoria dentro partida de una peña, y es cosa de muy gran costa para defenderse de toda la gente de moros que vinyese

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