Las encuestas que se han ido conociendo en los últimos meses no han logrado acertar los resultados de las elecciones andaluzas. Diferentes empresas e institutos de investigación realizaban estimaciones que la realidad de las urnas se ha encargado de dejar en evidencia. No es fácil producir una buena encuesta, o mejor dicho, no es fácil acertar con las predicciones de voto.
Realizar un estudio electoral a gran escala es como atravesar una selva frondosa, al principio todo son buenas intenciones y si te has preparado bien el camino parece realizable, pero a medida que avanzas el equipo se deteriora, la ropa se hace jirones, la cantimplora pierde todo el contenido y si, aún con todo, tienes la suerte de llegar al destino, rezas para que no te haya picado algún insecto traicionero.
La ardua tarea de entrar en la casa de una persona o de llamarla por teléfono e intentar explorar en sus opiniones sobre temas más o menos delicados, es una necesidad complicada de ejecutar; la sensación de estar molestando sobrevuela en el proceso convirtiéndolo en incómodo, y por tanto la posibilidad de éxito disminuye sobre todo cuando se pide concreción y rapidez.
El sesgo está presente desde el minuto uno de la investigación. La muestra es el primer escollo a superar; a menudo no se sale airoso, pero si se logran salvar los muebles en esa etapa llegamos a la tumba: el trabajo de campo, con el sesgo del entrevistador, a la distancia temporal de la aplicación del cuestionario y a un insoportable y largo etcétera.
Encuestar, en cualquier caso, es imprescindible. Para los partidos políticos es una herramienta muy útil si saben utilizarla de manera correcta (aunque esto último no suele ser habitual). Vaya por delante que si aplicásemos la ortodoxia a una investigación social cuantitativa y activásemos controles de calidad estrictos, ninguna valdría; todas estarían viciadas de alguna manera, de eso no hay duda. El margen de error trata de justificar esta obviedad.
Y es que en ocasiones, el mejor de los cuestionarios aplicado por el mejor de los encuestadores y respondido de la manera más correcta, no te dice nada, no aporta nada a la investigación. Datos fríos sin contenido.
Sin embargo, otras veces la persona elegida para ser entrevistada no responde a una sola pregunta pero tiene ganas de opinar a su modo y ofrece valoraciones que son muy interesantes -más allá de respuestas a preguntas concretas- para ir construyendo el relato de la sociedad que pretendemos conocer. Sus argumentaciones, que deben ser escuchadas y registradas convenientemente, son un material de análisis muy rico que suele ser descartado. Falta flexibilidad en la mayoría de los trabajos de este tipo. Las preguntas de respuesta abierta se intentan minimizar por ser de especial complicación para su posterior codificación, pero son éstas las que están más cerca de arrojar luz sobre lo que buscamos.
No se puede culpar al investigador, se le pide un trabajo concreto y lo realiza de la mejor manera posible en tiempo y forma. Pero el problema es conceptual, una encuesta es entendida como un resultado electoral momentáneo, lo que es simplificar demasiado, y no se aprovechan las posibilidades que ofrece un buen estudio. La única solución viable es ir acercándonos a modelos mixtos, con diferentes muestras que nos permitan llegar a conclusiones más cercanas a la realidad. Es decir abandonar las encuestas basura por una que sirva verdaderamente de vehículo de conocimiento.
Las circunstancias intrínsecas en la realización de una encuesta se complican de manera exponencial cuando nos enfrentamos a un universo poblacional como Andalucía. La comunidad encierra tantas diferencias, tantos matices. Hay tantas Andalucías a las que realizar un estudio que clavar las estimaciones es verdaderamente titánico. Es fácil salir del reto tocado y casi hundido.
Paradójicamente esa complejidad para el investigador electoral se convierte en un latifundio fértil para la sociología en general. Eso sí, cuando parece que estamos cerca de una conclusión aparentemente sólida lo mejor es volver a empezar, lo normal es que todo haya cambiado otra vez.
FJT. Filgaira es sociólogo