Esta pregunta pudiera parecer la pregunta clave de un proceso de reflexión que en realidad muy pocos hombres se han realizado todavía hoy. Para la gran mayoría de los hombres no tiene sentido plantearse esta pregunta a no ser que algún acontecimiento traumático como una separación difícil, el desempleo o una muerte de un familiar importante, haya trastocado los planes que la sociedad tiene para uno.
Muy a pesar de aquellos que piensen que nuestra sociedad, con la democracia, ha sufrido una modernización que ha barrido los vestigios del machismo, todavía hoy se sigue esperando que llevemos los pantalones, por encima de las marcas de clase y origen étnico, y sigamos un ciclo vital marcado por obtener un buen empleo –habiendo estudiado o no-, ganar dinero, mantener una vida sexual activa heterosexual (a mayor abundamiento coitocéntrica), adquirir prestigio, ser importante, formar una familia y ejercer como su cabeza con la autoridad de ser el pilar económico, y volver a casa, un terreno incómodo que no nos pertenece, con la jubilación. Ser pareja, padre o amo de casa, dependiente de una mujer sigue siendo una indignidad parasitaria, que no soporta una autoestima masculina sin el acompañamiento de una posición económica solvente.
Nuestro papel en la familia, está siendo cada vez algo menos residual, a pesar de la distancia y la ausencia que nos imponemos a través de esas metas laborales y sociales, de éxito y ambición. Como hombres se espera que fundamentalmente nos midamos y valoremos de acuerdo a nuestros “logros sociales”. Las condiciones del mercado de trabajo nos fuerzan a unos y otras a renunciar de algún modo a la vida familiar, pero dada la primacía de los hombres en el mismo, y precisamente por esto, solemos ser nosotros los que ponemos nuestro empleo por encima de nuestros logros afectivos, emocionales, relacionales; y ellas siguen siendo las que hacen mayores renuncias para ejercer la maternidad, viviendo con mucha ansiedad las tensiones de las dobles jornadas.
La mayor parte de los hombres (a riesgo de simplificar generalizando) ponemos nuestras mejores energías en el empleo, la revolución, la política, las conquistas sexuales y la liga de fútbol profesional, o en lo que quiera en lo que nos ocupemos y muy poco en las relaciones que construimos, ya que todavía no hemos aprendido a validar nuestras experiencias así. Ellas se exigen más el cuidado afectivo de manera que suelen estar disponibles y dispuestas a que sean invadidos sus espacios personales para atender las necesidades de los otros. Nosotros regulamos nuestra necesidad afectiva, y somos muy inflexibles ante cualquier tipo de invasión de nuestros tiempos. Además no nos permitimos nutrirnos entre hombres, con el miedo atroz a la homosexualidad planeando sobre las muestras de afecto, cariño o escucha entre hombres.
Nuestras parejas se suelen sentir vacías con lo que sea que les ofrecemos a cambio de que nos reconozcan y nos apoyen sin quejarse. No entendemos sus constantes “no me haces caso”, sin entender qué es lo que quieren, o por qué están tan frustradas y vacías con lo que reciben de nosotros. No nos damos cuenta de cómo dejamos de lado -en nuestras prioridades- a nuestras familias, parejas y amistades, ya que por muy diversas razones solemos compensar esta desatención obsequiando con bienes y servicios, en lugar de ofrecer nuestro interés, escucha, tiempo y atención.
No se nos ha educado para sentirnos plenos y realizados a través de las relaciones que construimos, sino que hemos sido tradicionalmente compelidos a competir y a basar nuestra estima y reconocimiento personal en la consecución de logros “sociales” (en el mercado laboral y el mundo público de la política, la cultura y el deporte…) en mayor medida que en éxitos relacionales y afectivos, con todas las consecuencias destructivas para nosotros mismos y para nuestro entorno que esto implica.
Decía al principio que “Y ¿qué puede hacer un hombre por la igualdad de género?” Puede parecer LA pregunta clave de un proceso de reflexión, pero en realidad es una pregunta que nos hemos hecho más bien en el comienzo de la toma de conciencia. Y además es una pregunta mal formulada ¿Por qué? En primer lugar no se trata de HACER. Desde pequeños hemos aprendido a responder a cualquier desafío mediante el uso de la razón y mediante la acción. Los hombres siempre tenemos que hacer algo aunque no sepamos qué narices hacer. Desde pequeños nos han enseñado que los chicos son valientes, decididos y con iniciativa. En resumen, nos han educado para ser resolutivos, y básicamente ser resolutivo es ser lo más fuerte posible para imponer la propia razón.
Es algo paradójico que seamos resolutivos porque muchas veces ni sabemos ni tenemos la solución, ni tenemos las palabras ni las herramientas para reconocer ni lo que nos pasa a nosotros, ni lo que ocurre en nuestro mundo de relaciones y emociones. Nos han dicho que hay cierto tipo de emociones, todas las que tengan que ver con la vulnerabilidad o con nuestra debilidad, que no debemos sentir o no debemos catalogar y mucho menos mostrar. Y todo eso nos ha hecho mucho más débiles, porque ante una crisis, nosotros no tenemos las vías o las válvulas de escape para poder dar salida a toda la frustración que podemos acumular y generalmente le damos salida a través de adicciones, la rabia, el silencio y la violencia.
Frecuentemente lo que nos piden es que dejemos de meter las narices en todo, y que nos miremos un poquito a nosotros porque el problema de la igualdad no es un problema de las mujeres. Es más, el sexismo (la violencia, la discriminación laboral, la falta de oportunidades, cargar con los hijos y la responsabilidad anticonceptiva) es un problema “de” los hombres y un problema “para” las mujeres.
En segundo lugar preguntarse por lo que uno tiene que hacer, no es una buena pregunta porque nos pone mirando hacia un supuesto modelo de hombre normativo o ideal allternativo, que quizá no tengamos nadie, y que nadie te pueda mostrar. Lo que si podemos hacer es hablar con y escuchar a otros hombres para reconocer qué nos han dado y que me gusta y me vale, y esto podemos hacerlo en los grupos y foros de hombres por la igualdad. Solo una vez que aceptamos que somos quienes somos, aquí y ahora, con un poco de esfuerzo podemos intentar llegar a ser personas, de sexo masculino pero personas.
En una sociedad profundamente atrincherada en el desprecio de lo personal mientras se positiva un modelo de vida de éxito, que está lejos de la realidad cotidiana y las posibilidades de la mayoría de los individuos; ha sido precisamente el feminismo, desde su comprensión íntima de la necesidad de prácticas políticas que partan de lo personal, el que ha trastocado nuestra instrumentalidad cotidiana y nos ha enfrentado a nuestra participación con el proyecto de la dominación masculina. Pero no sólo eso, sino que nos ha abierto las puertas para redescubrir que es lo verdaderamente importante en la vida, desembarazándonos de los dichosos pantalones -antes de que nuestra supremacía construya para nosotros en lugar de un palacio una prisión-.
Llegar a valorarse por las relaciones que construimos, también entre hombres, es una tarea que requiere de cierto aprendizaje. Muchos hombre a partir de explorar la influencia en sus vidas de los modelos de masculinidad, han comprendido mejor que la discriminación de género no es un problema de una minoría con menos oportunidades, sino que es una dimensión de las relaciones a todos los niveles, entre mujeres y hombres, pero también entre hombres y con respecto a uno mismo, y no es posible acabar con la lacra del sexismo, de la violencia machista, de la homofobia, sin explorar desde lo personal nuestra participación en el proyecto del machismo (mas o menos ostentoso).
El día 9 de marzo a las 11 de la mañana pretendemos dar el pistoletazo de salida en La Corrala de Almería. Vente. Presentaremos un libro de relatos de vida de hombres que de algún modo u otro se han enfrentado a lo que sus familias y la sociedad esperaba de ellos. Se trata del libro coordinado por el Profesor de la Universidad de Barcelona, Oscar Guasch: Vidas de hombre(s).