Hoy, 28 de junio, se celebra el día internacional del orgullo LGBT (lésbico, gay, bisexual y transexual) mal conocido como orgullo gay. La fecha conmemora los disturbios de Stonewall en 1969, fecha que podríamos señalar como la primera revolución popular en favor de la libertad sexual y de género.
Los asiduos al Stonewall Inn, cansados de las continuas redadas policiales y la represión injustificada, decidieron emprender una lucha que hoy da sus frutos: en Estados Unidos, tras la retirada de la ley de defensa del matrimonio (DOMA), que impedía en el país las uniones entre personas del mismo sexo, abre por fin la puerta al tan ansiado matrimonio igualitario, derecho del que en España disfrutamos desde 2005.
Probablemente de las revueltas de Nueva York escucharíamos hoy lo mismo que escuchamos de las manifestaciones del orgullo LGBT. La fobia a la pluma y a los roles atribuidos como norma general a los sexos opuestos sigue vigente en nuestros días, incluso dentro de nuestros semejantes. Sin embargo pecaríamos de ignorantes si negásemos que es a esas cuatro locas a quienes hoy tenemos que agradecer que elijamos decir abiertamente nuestra condición sexual o no, porque lo que hoy es una elección antaño era una obligación.
Pasa algo similar con las manifestaciones que se producirán durante estos días en diferentes ciudades de todo el globo (aunque por desgracia no de todos los continentes). Las mismas manifestaciones que en un país como el nuestro una parte de la sociedad califica como innecesarias fueron hace tan solo unos meses prohibidas durante 100 años en Rusia o acaban año tras año con agresiones por parte de grupos ultraconservadores en países balcánicos.
De especial mención el citado caso de Rusia, en el que la prohibición de las manifestaciones supuso solo el primer paso de una lista de agresiones a las libertades y los derechos humanos: la DUMA (parlamento ruso) aprobó hace tan solo dos semanas por todos los votos a favor (exceptuando una abstención) una ley que prohíbe a los rusos incluso hablar de la homosexualidad en público o en las redes sociales. Un parlamento entero a favor de reprimir a miles de personas por el simple hecho de sentirse atraídas por los de su mismo sexo. Cabe así entender la pasividad de las autoridades ante los últimos crímenes homófobos en el país, el más grave el de un joven de 23 años torturado hasta la muerte por dos amigos tras sincerarse con ellos y hacerles conocedores de su orientación.
Malos tiempos para una materia de controversia, aparcada por muchos gobiernos con el pretexto de no ser un tema de prioridad. La realidad es que en muchos países el reconocimiento de derechos que igualen a las personas de diferentes orientaciones sexuales no llega o incluso disminuyen los ya reconocidos. Teniendo en cuenta que las manifestaciones en reclamo de la libertad sexual son prohibidas o reprimidas en un sinfín de países deberíamos como mínimo respetar que en el nuestro se sigan celebrando, al menos como señal de solidaridad.
Orgullosos. No como forma de vida, sino por necesidad, pero orgullosos.