El catolicismo es capaz de convertir sus rituales de paso en acontecimientos que trascienden el ámbito religioso. El bautizo, la comunión, la confirmación, la boda, una romería o el cónclave para elegir Papa –por citar algunos ejemplos- son acontecimientos sociales que esquematizan la vida de una familia, la de una ciudad o la etapa de una determinada sociedad.
En tiempos en los que se debate sobre la asistencia a los templos, en donde investigaciones cuentan creyentes o no creyentes, en los que se especula sobre la relativización del pensamiento occidental o se habla directamente de crisis de valores, estos rituales siguen gozando de salud fuerte. Baste un experimento fácil y poco científico pero tremendamente llamativo:
PASO 1: Acercarse un domingo cualquiera a una iglesia y contar los asistentes.
PASO 2: Realizar el mismo movimiento un día de los señalados al principio de este texto.
La conclusión es simple, esos días especiales atraen, por diversos motivos, a la liturgia católica a multitud de participantes. Y es que ya no son actos religiosos en sí -que también- son ritos sociales para todos los públicos.
Si algún momento católico representa mejor que nada estas circunstancias ese es la Semana Santa. La representación de la Pasión de Cristo parece diseñada por el mejor de los guionistas, es una fiesta sensorial. Las tallas –muchas de ellas verdaderas obras de arte- desfilan engalanadas por las atestadas calles de pueblos y ciudades acompañadas de esforzados costaleros; las bandas interpretan marchas solemnes, olor a incienso y flores, saetas profundas, vía crucis, anónimos descalzos que prometen o piden por los suyos, el silencio convertido en espiritualidad.
Estas y otras piezas completan el puzle de la Semana Santa, para muchos manifestación pública de fe, para otros exaltación exagerada y ostentosa, para los más pragmáticos oportunidad económica. Tiene un poco de todo eso, pero lo que queda claro es que es un importante activo cultural/turístico de nuestra tierra, quizá el más destacado. Lo más curioso es que el principal detractor de la Semana Santa viene del cielo: el mal tiempo.
FJT. Filgaira es sociólogo