Varias noticias de los últimos días me empujan a reflexionar desde lo local a lo global, uno de los principios básicos de la educación ambiental, y del sentido común.
La primera es la queja del pueblo de Cabo de Gata por la presencia de una piara de jabalíes, que se acercan a comer a los contenedores donde, unas veces por miedo, otras porque los quieren alimentar en un gesto protector y bienintencionado, les tiran o dejan las bolsas a su alrededor. Los vecinos denuncian la situación, y alertan con carteles a los turistas, de que no dejen la basura en el suelo, porque aunque sea un bonito espectáculo, no dejan de ser animales salvajes, y ponen en peligro a la ciudadanía, y a los propios jabalíes, a los que están domesticando y haciéndoles perder su instinto natural.
Aunque no lo parezca, esta situación está relacionada con los datos del último informe, del 2020 y que ha trascendido ahora, del Programa de Actuaciones para la Conservación del Lobo Ibérico en Andalucía, donde lo han declarado definitivamente extinto, después de diez años sin constatar su presencia en nuestras sierras. Lo paradójico es que, en todo este tiempo, no ha sido incluido en el catálogo de especies amenazadas, cuando su situación ha sido más crítica que la del Lince Ibérico. La razón de tal despropósito, es el miedo generalizado, la presión de ganaderos, cazadores y vecinos, y el poco interés por parte de la administración autonómica por recuperarlo.
La desaparición del gran depredador de nuestros montes, en la cúspide de la cadena trófica, ha generado el crecimiento desmesurado de otras especies como el jabalí y la cabra montés, convirtiéndolas en una plaga que ha desequilibrado los ecosistemas en su búsqueda de alimento, y encontrándolas en zonas poco habituales. Solo la vuelta del lobo a las sierras, puede solucionar el problema, pero para eso hay que dejar los prejuicios, los miedos ancestrales a un lado y confiar en la ciencia, en la ecología, para una adecuada gestión de los ecosistemas. Confiar la solución a los escopeteros, por mucha licencia y conocimiento popular heredado que tengan, es un parche, que contenta y entretiene a unos pocos, y genera mucho dinero para las arcas.
Y relacionadas con estas noticias, nos encontramos con la alarma generalizada de este verano por la presencia de tiburones en nuestras aguas. Como si fuese algo extraordinario, como si no hubiese ocurrido nunca, los titulares sensacionalistas han puesto su atención en ellos, alarmando innecesariamente a la ciudadanía y presentándolos como el mayor de nuestros peligros, cuando es todo lo contrario.
Se estima que los tiburones, los grandes depredadores marinos, nadan en nuestros océanos desde hace 245 millones de años, y desde entonces han evolucionado poco. Hay indicios de que el ser humano comenzó a comerlos hace 4.000 años, pero ha sido en las últimas décadas cuando se ha hecho de forma abusiva, por lo que el 77% de las 375 especies mundiales, 80 en España, están incluidos en la lista roja de especies amenazadas de la UICN.
La desaparición de los tiburones está causando, al igual que en nuestros montes, un deterioro de los ecosistemas marinos. Ya que esquilmado el depredador, crecen de forma desmesurada los depredadores secundarios, como los meros, que arrasan con los corales y todas las especies ligadas a ellos, desmoronando la cadena trófica y poniendo en peligro el equilibrio de los océanos.
Los ataques producidos por los tiburones se pueden contar con los dedos de una mano, y siempre lo hacen porque nos confunden con otras especies que sí forman parte de su dieta. Sin embargo, según datos de Greenpeace, España es uno de los tres países que más tiburones comercializa a nivel mundial. Muchos de ellos de forma ilegal, practicando lo que se conoce como aleteo, la caza del tiburón para cortarle la aleta y deshaciéndose en alta mar del resto del animal vivo.
Son animales maravillosos, y puede que ni siquiera sepas que te los estás comiendo, pero una simple mirada a la lista de tapas de nuestros bares, te harán descubrir que el cazón, la pintarroja, la tintorera o el marrajo, entre otros, forman parte de nuestra gastronomía. Así que un poquito de respeto cuando los pongas a la plancha.
Spielberg se arrepintió de rodar Tiburón, por los daños causados a la especie, y aunque no soy partidario de la adaptación de los textos clásicos, me parece una abominación, te pediré un favorcillo sin importancia: cuando cuentes Caperucita Roja o los Tres cerditos, intenta no demonizar al lobo, piensa que es solo un padre buscando alimento para sus crías.
Moisés S. Palmero Aranda. Educador ambiental
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