domingo, 8 septiembre 2024

Compadre, días de mucho…

30 marzo 2012
Eduardo Sánchez

Eduardo Sánchez

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En el pueblo fueron famosos dos compadres, unidos por una gran amistad…

En el pueblo fueron famosos dos compadres, unidos por una gran amistad, que un día tras tratar una caballería, dígase vender para el que no domine el habla del pueblo, pillaron una borrachera de esas dignas de ser contada por el cronista de la villa. Mientras festejaban, el uno le decía al otro: Compadre, días de mucho vísperas de na. Siguieron y siguieron hasta que terminaron a la luz del día apoyándose mutuamente para poder mantenerse en pie. En la noche de farra se habían gastado todo lo ganado en el trato y además debían en todos los bares del pueblo.

Esta misma situación la estamos viviendo en nuestro país y es la principal causa de la situación actual que tanto nos está haciendo padecer y que, sin lugar a dudas, aún nos depara más disgustos de los que estamos preparados para digerir. De esta época nos han quedado obras monolíticas inútiles, como los aeropuertos sin aviones y grandes saqueos y corruptelas que han nacido como setas en la casi totalidad del territorio español.

Pero siendo éstas las conclusiones más llamativas, no por ello retratan la realidad de la problemática española. Los derroches y las corruptelas solo son potentísimos focos que, con su intensidad, nos ciegan. La burbuja creó grandes e incontenibles ríos de dinero que destruyeron los diques de contención de la economía española.

Las administraciones públicas recibieron por la vía de los impuestos de aquellos que se declaraban y pagaban, ingentes cantidades de dinero que, como es normal, fueron gastadas y no necesariamente derrochadas. Pero crearon gastos e infraestructuras administrativas que hoy, ante el cese de los flujos monetarios, no podemos mantener. Esto creo que lo entendemos todos, y todos también entendemos que se hace necesario volver a la austeridad y a adaptar los gastos a los ingresos.

En este río revuelto han aparecido aquellos que, como están sobrados de todo, parecen la imagen misma de la muerte blandiendo una guadaña, deseosos de cortar al ras toda planta que crezca sobre los pies del vecino; deseosos de cortar todo gasto que no repercuta directamente en su economía personal o de su empresa, que no quieren que con sus impuestos se pague nada que -aunque sea un bien para su vecino- no lo sea para él. Al grito de primero yo, después yo y si queda algo, para mí.

Al día siguiente de la borrachera, los compadres se dieron cuenta del derroche de la noche anterior, que el mes siguiente tendrían que cambiar la ternera por el arroz calduo, hasta que llegaran tiempos mejores, pero a ninguno de ellos se le ocurrió dejar a sus hijos sin comer, porque una cosa es comer ternera y otra cosa es no comer nada.

A los compadres tampoco se les ocurrió dejar de llevar a sus hijos al colegio, porque tenían muy claro que la enseñanza de hoy sería el futuro de ellos y que, de esta educación, lo mismo aprendían que lo que se gana de día no se puede gastar por la noche. A ninguno de los compadres tampoco se le ocurrió dejar de llevar a sus hijos al médico cuando estaban enfermos, porque sabían que, por encima de cualquier razonamiento económico, lo más importante de nuestras vidas es vivirlas con salud.

Los compadres tenían claro que si sus familias no podían comer gambas a la plancha comerían arroz calduo, pero nunca comerían alimentos en mal estado, y la educación y la sanidad son el pan de nuestras sociedades; quizás estemos dispuestos a comer menos, quizás estemos dispuestos a comer sólo arroz cocido, pero en lo que todos estamos todos de acuerdo es en que no vamos a dejar de comer, ni tampoco vamos a comer mierda. Y lo que haya en la mesa, para todos; no para unos las gambas y para otros el caldo, como algunos pretenden.

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