Noche de elecciones en una televisión local
Desde principios de los noventa hasta la aparición de la TDT, la televisión local vivió en España su periodo de mayor expansión, llegando incluso a competir y repartirse audiencia con las televisiones nacionales, públicas y privadas...
Desde principios de los noventa hasta la aparición de la TDT, la televisión local vivió en España su periodo de mayor expansión, llegando incluso a competir y repartirse audiencia con las televisiones nacionales, públicas y privadas.
La provincia de Almería se subió a ese carro siendo pionera en número de operadores y calidad en la programación que ofrecían a sus televidentes.
El vídeo comunitario o la televisión por cable habían sido inventos fallidos. Algunos de sus impulsores comenzaron a instalar torretas con placas rojas en los cerros de la provincia para dar señal, con más error que acierto, a los cientos de miles de usuarios que no dudaron en conectar con ellas.
Las televisiones locales podían nacer lo mismo en una habitación de casa, desde donde se emitía un informativo mientras la olla exprés producía interferencias, o en los estudios de importantes centros de emisión con plantillas superiores al medio centenar de trabajadores; todas, al final, salían por el mismo sitio, por la pequeña pantalla de los hogares de ciudadanos que buscaban –entre interferencias– a su vecina, familiar, barrio o problema. Todos muy cercanos.
Al principio, trabajar en una tele local era el último recurso, lo más cutre, lo peor para cualquier persona que buscaba un trabajo digno. Casi ninguna de estas empresas tenía dinero y sí mucho trabajo para dar y repartir. Pocos periodistas se aventuraban a dejar el poco prestigio que podían tener entre cutres grafismos y pésima o ninguna animación, sin hablar de luz y sonido.
Pero la televisión local al final se metía en casa junto a las grandes, sin mayor esfuerzo para el televidente que no tenía más que cambiar de canal y ahí estaban ellas, desesperando al sufrido ciudadano que veía la pantalla con agua, interferencias, sin volumen y a tope de color o sin él. La televisión local pasó de ser el más cutre de los medios a convertirse en una potente arma mediática capaz de poner y quitar alcaldes o diputados, manejando audiencias y presupuestos millonarios.
Al público comenzó a interesarle el producto y los televidentes soportaron las primeras deficiencias a cambio de ver a su hija bailando “por la tele”, su casa, sus vecinos, sus cosas. Y eso arrastró a políticos, empresarios, profesionales y periodistas que vieron a sus votantes ahí pegados a la pantalla. Adiós mítines callejeros.
Todo comenzó a cambiar cuando a alguien se le ocurrió medir las audiencias y ver que, a pesar de no contar con medios, la tele local llegaba a más gente, más rápido y con mucha más fuerza que cualquier otro medio de corte provincial.
Los políticos comenzaron a prestarse a ser entrevistados en estos cutre-medios, incluso aunque el cubilete del micrófono fuese un flotador de la cisterna del retrete rotulado con el nombre de la televisión. Aguantaban las frikadas más insospechadas a cambio de unos minutos en el “parte”. Asistían a debates a “cara perro” sin guion o escaleta; todo era bueno para conseguir popularidad.
No había una ley que regulase la emisión por ondas hertzianas y cualquiera podía tener una tele. Era un espectro alegal en el que se solapaban frecuencias, se cortaban cables o se derramaba azúcar en los generadores de luz de los cerros para fastidiar a la competencia.
Las locales emitían pornografía en abierto, a veces los domingos por la mañana, o le fastidiaban el estreno de una superproducción a Canal +. En el gran baúl de los recuerdos, más de una borrachera en el plató de un directo ante los atónitos ojos de los espectadores que alucinaban “en colores”.
En aquellos lugares donde aparecía uno de esos incontrolados medios, todo comenzaba a cambiar. Los políticos y administraciones vieron en las televisiones locales el medio perfecto para sus fines electorales, baratos y eficaces.
Y en medio de todo ello, los currantes. Muchos cientos de profesionales que pasaron por una de ellas en continuidad, como cámaras, montadores, redactores, secretarias, administrativos, periodistas, editores, grafistas… al principio uno solo podía hacerlo todo, pero después se multiplicaron y llegaron técnicos de sonido, iluminación…
Ellos inventaron la televisión local. Sin recursos y con mucha presión, en la alegalidad de su actividad y cuasi ilegalidad en su profesión, sacaban adelante horas y horas de programación diaria. A uno de ellos se le ocurrió la feliz idea de grabar los plenos municipales y allí que fueron todos a cambiar la forma y debate en los consistorios. Un secretario municipal llegó a confesar que cuando no iban las televisiones, el pleno acababa en cinco minutos. Fue en una sesión sin aparente interés y que duró más de tres horas y media. Todos los políticos querían salir en el informativo de la noche o aparecer por la tele. Eso les hacía subir puntos en su partido, comité o ego.
Los currantes que no conseguían ver una nómina en condiciones, o sin ellas, aprovechaban los actos públicos para ponerse morados en “la copa de vino español” que los organizadores ofrecían para asegurarse la presencia de los medios. Los hambrientos cámaras no se iban de rositas, comían pero a cambio tenían que escuchar las frases que tendrán presentes mientras vivan: “¿Esto cuando sale?” “Luego no sacáis nada” “¿Me has grabado?”, “Pásame una copia”… y otras muchas que cualquiera que haya estado en el gremio os contará sin necesidad de esfuerzo.
La televisión local llegó a tener su momento de esplendor. Comenzaron a realizarse buenos programas, imaginativos, sorprendentes. La competencia entre operadores hizo que el nivel de auto exigencia fuese mayor. Cada televisión en algún momento sorprendía con alguna “superproducción” o con ingenio, lo que obligaba al resto a reaccionar.
La televisión local influyó en el deporte, la agricultura, el tejido social y en el crecimiento de los municipios. En donde más se notó ese cambio fue en El Ejido y Roquetas de Mar, dos municipios pioneros en la provincia en contar con su propia televisión local, e incluso más de una por municipio. Aunque no hay que olvidar que la capital ha llegado a tener hasta cinco operadores.
Almería llegó a empatizar con las televisiones y sus contenidos. Se convirtieron en elemento aglutinador de una sociedad que se identificaba con lo que le mostraban y ofrecían los presentadores, a los que trataban como parte de la familia o como si del diablo en persona se tratara, según le fuera la vaina.
En Adra, la televisión municipal tenía un cable que, desde su centro emisor, llegaba al Ayuntamiento por la ventana del salón de plenos desde donde se emitían en directo las sesiones municipales. Un policía local de Roquetas en activo moderaba los programas políticos de la televisión de la Mojonera.
Muchas son las anécdotas que circulan sobre Canal Almería por los mentideros de la ciudad. Se dice que los sábados por la noche, al término del informativo, el presentador, propietario, director, cámara, editor, Berlusconi para los amigos, se despedía diciendo: “y ahora les dejamos con la película, mientras guiñaba un ojo y hacía un gesto con el antebrazo y el puño, inequívoco para saber de qué iba el film.
Un domingo por la mañana, jornada electoral en toda España para votar las municipales, un policía local de El Ejido, ya fallecido, Emilio, bajó la escalera del Círculo Cultural y Recreativo, sede de una de esas televisiones locales, para intentar parar la emisión de Blancanieves y los siete enanitos en versión pornográfica. Muchos ciudadanos habían llamado a la comisaría para denunciar el hecho. Llegaron a decir que habían notado algo extraño al ver que sus hijos estaban en su cuarto viendo la tele en silencio a pesar de la hora que era. Al responsable de la continuidad se le había olvidado poner un poco de acetona (así se paraban las cintas) para que saltase el vídeo. Al medio se le acusó de hacerlo a propósito, como estrategia electoral para que la gente no fuese a votar.
Anécdotas como éstas son las que hacen a la televisión local algo especial, algo vivido por cientos de miles de personas desde sus casas y por muchas menos desde las propias teles.
Aquella leyenda urbana de que los encorbatados presentadores de los informativos iban en bañador, es absolutamente cierta. La diferencia entre las televisiones locales y las nacionales es que el locutor de la local no tenía un autocue (pantalla que refleja el texto de las noticias), sino un folio pegado con cinta adhesiva debajo del parasol del objetivo. Eso lo hacía especial. En las televisiones locales se fabricaba todo. No había presupuesto ni conocimientos técnicos. Por eso, hace más entrañable y divertidos sus comienzos.
El Sínodo Diocesano celebrado en el Círculo Cultural, que reunió a más de seis mil parroquianos, fue televisado con un carrito de hipermercado con un hierro que soportaba una cámara equilibrada con cajas de pimientos llenas de ladrillos. Kiko Barca había inventado una cabeza caliente gracias a cuatro hierros y al préstamo de un supermercado.
En los platós de las distintas televisiones, el cura y el parapsicólogo del pueblo discutían en directo sobre lo divino y lo oculto. Alhondiguistas y cooperativistas debatían sobre la necesidad de concentrar la oferta, alcaldes y oposición se partían el pecho en programas que se cocinaban en los sitios más pintorescos.
Sorprendentes historias que guardamos los currantes de aquella época, un tiempo en el que todo parecía valer, todo estaba permitido; pero no era más que un sueño que no lograba hacerse realidad. Una burbuja que explotó con TNT o TDT, como se llamó a la regulación de la televisión digital terrestre local. En definitiva cuando se legalizó este maremágnum.
Cuanto más al principio nos remontemos, más pintorescos personajes y situaciones nos encontramos. Los primeros propietarios de televisiones locales eran personas con carácter, dispuestas a partirse la cara con el más pintado. Ellas y ellos se pusieron al frente de pequeños barcos a los que había que hacer flotar a costa de la publicidad, ingresos extras o de su propio patrimonio. De lo contrario las deudas podían acumulárseles hasta ahogarlos. Supervivientes que, con mayor o menor acierto, fueron parte de los arranques de eso que llamamos fenómeno de la televisión local en Almería y provincia.
(continuará)
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