«Yo no quiero ir a la feria de Aguadulce»

Buenos días, buena gente. Anoche pasé mucha vergüenza con el pasacalles de Aguadulce. Resulta que mi sobrina de 4 años y yo decidimos vivir una experiencia ferial juntos aprovechando que ella está pasando unos días en casa.

Antes de ir, y para calentar el partido, le expliqué que un pasacalles infantil es un desfile que se realiza con majorettes, carrozas y música para niños con personajes de cuentos, series y dibujos animados. Le dije que el objetivo era invitar a los pequeños a que les acompañasen hasta el recinto ferial, en donde les esperaban las luces encendidas de la feria y los carricoches.

Ilusionados ambos nos pusimos de punta en blanco y nos tiramos a la calle, todavía con el solazo encima. Nos instalamos en la esquina de la rambla, frente al 501, en la acera, frente al paso de cebra.

No pasó un minuto antes del desfile y ya tuvimos la primera sorpresa desagradable. Mi sobrina está educada para respetar los pasos de cebra y semáforos con disciplina militar. Para ella, unas listas blancas en el asfalto son sagradas y una acera es su casa. Para nuestra sorpresa, un todoterreno gigante se vino despacito para nosotros, se metió en la acera por el paso de cebra y nos apartó educadamente porque quería meterse por el rebajón del paso de cebra en la acera para acceder a la rambla y allí aparcar su vehículo.

Detrás, esperando la maniobra, un coche de la policía local que aguardó antes de seguir su camino como si la cosa no fuese con ellos. La niña me miraba atónita, sobre todo cuando le siguieron otro y otro coche. No supe explicarle, sobre todo porque ya le había contado que la rambla era para que pasase el agua de la lluvia hasta el mar y no se podía aparcar allí.

Es la misma rambla que, unos días antes, en campaña electoral nos prometían iba a ser paseable, limpia y sin ruidos.

Para salir del paso le expliqué que la policía tenía que proteger a todos los personajes de dibujos animados que iban a pasar.

Tres carrozas, una con la descatalogada Pepa Pig, otra –la de todos los años– de Tadeo Jones y la tercera, que interpreté como de West Side Story, porque eran unos chicos latinos en un coche de patrón mexicano cargado de baffles con música reggaeton a toda leche.

Tres academias de baile y una legión de currantes de Acuamed que hacían como que limpiaban no se sabe qué, porque ni un caramelo, ni una serpentina, ni una canción infantil completaron la oferta para los niños y niñas de Aguadulce.

Mi sobrina, tras los currantes de la limpieza, seguía esperando a que pasase algo y cuando le dije que había terminado, me dijo… “yo no quiero ir a la feria”.

Ninguna imaginación, muy poco respeto y una cara dura impresionante hay que tener para programar una actividad infantil con esa oferta. Letras machistas, música para adultos, bailes latinos más propios de una discoteca colombiana y cuatro vehículos con dos muñecos sin criterio ni sentido parecen ser suficiente para contentar a unos ciudadanos que se conforman con poco, pagan por todo, nunca protestan y a la hora de votar, ya sabemos.

No hay peor corrupción que la que está avalada por la ciudadanía.
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