Parece que el Obispo de Almería quiere vender el Seminario a toda costa. Pero como sabe que necesita apoyo, se ha empeñado en conseguirlo sea como sea y, nunca mejor dicho, a cualquier precio, llegando a acusar en su última carta de desleales, malvados y soberbios a los sacerdotes que no le apoyen. Lo hace mientras arrima el ascua de la Biblia única e impúdicamente a su sartén.
Hemos sabido que la venta del Seminario la planteó a todos los arciprestes, y no debió tener demasiada acogida la propuesta, por lo que pidió consultar a la totalidad del clero a través de los arciprestazgos, pinchando otra vez en hueso y obteniendo una nueva respuesta claramente negativa.
Tampoco debió gustarle que los curas le dijeran “tararí que te vi”, así que hizo una nueva convocatoria que algunos interpretaron como un solapado gesto de presión, y la mayoría guardaron silencio, ateniéndose a ese comportamiento tan propio de Almería, que consiste en callar y amagar, o lo que viene a ser lo mismo, simular acuerdo desde el más profundo desacuerdo. Y ese es el problema, que el desacuerdo está ahí y no lo soporta. Ante lo que inicia una nueva arremetida, en esta ocasión por medio de una carta. ¡Cuántas luces se han abierto desde la Moncloa en estos últimos tiempos!.
Casi había desaparecido el género epistolar y ahora vuelve a escribir todo quisqui para contar sus penas y culpar a los demás de ellas. En este sentido, la carta de monseñor es modélica si se quiere ilustrar la demagogia carente de argumentos, la coacción sutil, y la manipulación de conciencia, apelando a la confianza ciega. Imagino que, aunque va dirigida de manera clasista y clerical exclusivamente a los sacerdotes, los seglares debemos darnos también por aludidos. Tenemos que hacerlo sobre todo si nos parece aberrante que la Iglesia pierda sin necesidad ese inmueble, por más que el obispo y su ecónomo se obcequen en ello.
El Seminario es de los edificios más emblemáticos de Almería, y a nadie se nos escapa que está situado en la finca con mayores posibilidades y mayor valor urbanístico de toda la provincia, lo que la convierte en garantía de futuro. No comulgar con la tesis del obispo como única verdad indubitable es como entender que la tierra es plana. Así lo deja traslucir en su carta.
No, D. Antonio, ni la tierra es plana ni el sol gira alrededor de usted, para que piense que es el que está siempre en la luz y los demás en las tinieblas. Basta de maniqueísmo. No es posible que usted y los que le apoyan en todo lo que diga y haga sean los buenos y el resto de sus curas y seglares sean los malos.
Creíamos que usted venía a trabajar por la salvación de las almas, pero según sus palabras parece que ha venido a salvar la diócesis, y si no hay causa para ello, porque no está claro que la haya, está dispuesto a crearla para que así lo parezca, porque usted tiene que salvarla por encima de los que piensan otra cosa.
Ahora entiendo que, si el obispo quiere llevar al cielo a la diócesis, lo mejor es despojarla de todo lo material. El pasado que (a sus palabras me remito) “todos conocen o intuyen”, ha debido ser, seguramente, de pecado y depravación. Y da igual que se conozca o simplemente se intuya o hasta se fabule, que siempre será bueno remitirse, como se hace en política, al fantasma del pasado, para justificar y esconder los propios errores y equivocaciones. La técnica ya está inventada. Pero siga así. No se desanime. Siempre habrá alguien a quien logre convencer.
Todo apunta a que el reto que usted tiene por delante es sólo un problema de gestión. La cuestión es que el “plan de navegación claro y contrastado con profesionales del máximo nivel” que usted trae entre manos no tiene porqué ser compartido por otras personas que entendemos también de economía porque trabajamos en ese campo.
No hacen falta muchos profesionales de nivel tan alto para saber que, si vende usted los mejores inmuebles diocesanos cancelará la deuda, siempre que no los regale a compradores avisados. No sabemos qué hace un médico catalán, no economista, ex_político, dirigiendo o al menos interviniendo muy directamente, en la enajenación del patrimonio diocesano.
Mucha gente, lo único que necesitamos de usted es menos palabrería, más transparencia y más humildad para escuchar y entender a los disidentes en cuestiones administrativas. ¿O es que solo se puede disentir abiertamente de la gestión de los eméritos?. Algo que da la sensación de que usted aprueba y potencia. Quien entiende de comunión y de lealtad sabe que es algo mucho más profundo que un burdo y necio asentimiento acrítico e indiscriminado.
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