El ritmo de los contagios no para de aumentar, la transmisión ya se reconoce como incontrolada, la presión hospitalaria se vuelve insostenible y en el horizonte cercano se vislumbra un confinamiento domiciliario. La incógnita aún por despejar es si ese confinamiento – que ya se describe en algunos entornos como “algo diferente al de marzo” – incluirá cese de actividad presencial en los centros educativos o no. Echando un vistazo a nuestro entorno, cabe preguntarse si seguiremos la estela de aquellos países que han clausurado universidades y centros de secundaria, para mantener la actividad en infantil y primaria; si el panorama incluirá modalidad online solo para el ámbito universitario; o, antes bien, la apuesta será por un cierre total de centros y pase a la enseñanza telemática de modo integral.
Sea como fuere, las administraciones estatal y autonómica, en el relato que han venido sosteniendo estos meses, han coincidido – y eso que han sido pocas sus coincidencias – en el mantra “los centros educativos son espacios seguros” y es de esperar que lo sigan manteniendo. Ninguna mención, de hecho, a la adopción de medidas específicas para colegios e institutos en el maremágnum de normativa de distinto rango de las últimas semanas. Se pueden adoptar medidas excepcionales para academias de baile, establecimientos de juegos y apuestas, o pesca deportiva desde embarcación, pero no para incorporar nuevas medidas de prevención e higiene en los centros educativos. Que haya grandes concentraciones de personas, durante muchas horas, en espacios no siempre bien ventilados, sin distancias de seguridad en la gran mayoría de los casos… les parece que se puede seguir describiendo como actividad de bajo riesgo. Lo fían todo a la mascarilla, al gel hidroalcohólico y a las ventanas abiertas y consideran que, por algún motivo, alumnado, profesorado y personal de administración y servicios de los centros tenemos una suerte de inmunidad natural al virus.
Olvidan incluir en su relato cómo han ido menguando de manera escandalosa los protocolos para hacer cada vez menos visibles los confinamientos. También obvian en las comparecencias ante los medios que, pese a todo, los casos no paran de aumentar en todos los centros. Quienes habitamos los colegios e institutos día a día, sabemos del aumento exponencial de casos sospechosos, casos positivos y confinamientos. La tendencia que se vive en las calles, inevitablemente, se refleja en nuestras aulas. Y, pese a quien le pese, los centros educativos son ya el tercer foco de contagio, por delante incluso del ámbito sanitario, si nos atenemos a sus propias estadísticas oficiales.
En la dialéctica mal entendida salud-economía, a los centros educativos nos ha tocado ser el sostén de la economía. La famosa conciliación del ámbito familiar y laboral solo es posible si se garantizan centros educativos abiertos para atender a las criaturas mientras sus familias cumplen su papel en la cadena productiva. Por ello, en la balanza entre confinamiento domiciliario sí – confinamiento domiciliario no, colegios e institutos sí – colegios e institutos no es fácil entender que nuestra salud, la de nuestro alumnado y sus familias, y la de los trabajadores y las trabajadoras de los centros educativos es simplemente una variable con la que hacer cálculos. Veremos hasta dónde les resulta soportable.
Diana Bazo Morales es miembro de Docentes por la Pública
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