No se puede negar que lo del tenis es innato en él, y abundando en ello se puede decir que se ha perdido a un gran campeón porque simplemente empezó muy ‘viejo’ a jugar. «Con 15 años no llegas a ningún lado, es imposible», asegura Víctor Fernández Jódar, que ahora ya se ha hecho más ‘mayor’ y tiene 18, nada más y nada menos. Pero lo que mejor define a este instructor regional, titulado por parte de la Federación Andaluza de Tenis, es que lo de ganar torneos no era una causa sino un medio.
Lo que quería realmente era introducirse en este mundillo para poder dar clases a niños, y de paso y casi sin quererlo, dejó su impronta de golpeo y desplazamientos sobre pista en varios campeonatos en los que su naturalidad en el juego le llevaron al triunfo. De hecho, sin tener casi ni idea de lo que hacía empezó a darle a la pelota en el Club Jairán, instigado por su hermano, que desde pequeño había intentado inculcarle la práctica de este deporte y que no lo consiguió hasta que le propuso trabajar con los pequeños.
Comenzó de ayudante, y le gustó mucho: «se me fue dando bien, ya me solté con los niños y ellos me querían». De ahí, y sin haber tenido nunca un entrenamiento como tal para si, se apuntó a un campeonato: «yo no sabía nada de tenis, me explicó lo básico, coger la raqueta abajo, golpear recto la derecha y el revés a dos manos, nunca sueltes». De este modo su hermano lo empujó dentro de la cancha y Víctor respondió ganando con mucha solvencia la primera liguilla municipal en la que participaba: «yo me acuerdo que decía que esto es darle a la pelota, llegar y siempre dentro del otro campo; tampoco me parecía difícil». Desde ahí fue sumando torneos, con algunos entrenamientos esporádicos en medio, y al cabo de un año lo consiguió: «a los 16 me saqué el título».
Pero a pesar de su facilidad para progresar como jugador él seguía obstinado con la idea de enseñar, que es la misma que lo ha llevado a completar actualmente su formación con un «módulo de ‘Actividades físico-deportivas en el medio natural’ en el Portocarrero; nos preparan para ser monitores». Y es que los niños son su pasión: «me encantan, es lo que más me gusta, porque me veo reflejado en ellos, son como yo pero en ‘chiquitillos’, entonces los trato igual, tengo el mismo carácter».
Eso sí, sabe lo difícil que puede resultar a ser una existencia marcada por la competición, y por ello diseña sus sesiones de entrenamiento como lo que realmente debe ser el deporte, una diversión: «primero siempre empezamos con un calentamiento -buenos hábitos-, muñecas, rodillas, cintura, tobillos… lo típico, y después unos juegos para que empiecen a sudar, de correr, de zig zag, saltos, y que empiecen a divertirse; más tarde el golpeo, para que sepan cual es la derecha y el revés y ya vayan cogiendo el ritmo; para finalizar, un pequeño juego para que se tranquilicen, sobre todo ‘el dragón’ -consistente en esquivar dentro de una zona acotada las pelotas que el profesor lanza-; no puede ser monótono, golpear, golpear y golpear; y sobre todo clases de una hora».
En varios de sus alumnos tanto en el Club Deportivo Stella Maris como en el Club Jairán, ya se aprecia ‘madera de campeón’, eso «seguro y si siguen entrenando así, sí», pero de todos se siente muy orgulloso, puesto que con cuatro o cinco años, «que le peguen así y que hayan hecho ya un peloteo te digo yo que no he visto cosa parecida, te lo digo en serio». Sin ninguna prisa, para una mejor asimilación de los conceptos y para asegurar la ilusión de los niños comprobando ellos mismos que día a día aprenden cosas nuevas, para más adelante dejará la volea, el saque y el mate. Víctor lo tiene claro: «tranquilicos».
Actualmente mueve a 19 chavales de muy corta edad repartidos en cuatro días a la semana, incluidos los sábados del Jairán, y de vez en cuando también entrena a algunos mayores, pero sólo para cubrir alguna sustitución, porque no tiene el título aunque sí da el nivel, con sus casi tres años de experiencia. Por ahora sus expectativas las ha cubierto, porque ha cumplido su deseo de formar a niños y tratar con ellos, a los que entiende y los que lo entienden a él a las mil maravillas. Ya no participa en campeonatos, pero se quita el gusanillo con algunos partidillos, «casi todos los domingos», con su hermano.
Ya saben. Si quieren que sus hijos se diviertan aprendiendo buenos hábitos deportivos, se introduzcan en el tenis o incluso que perfeccionen su juego, y que se echen un amigo mayor, lo tienen tan fácil como acudir al Stella Maris o al Jairán. Allí encontrarán a Peter Pan Víctor, que no quiere crecer y que nunca lo hará, porque siempre afrontará la vida con la sencillez que sólo otorga la infancia y porque sabe lo que quiere y no necesita nada más.