No cabe en la mente de nadie no ganar al Submarino Amarillo. Entre las cuatro paredes del vestuario solo flota confianza y certidumbre de un ascenso anunciado. Es el típico ejemplo de la expresión ‘se nota en el ambiente’ y encima ese aire ha sido transpirado por todos los integrantes de la plantilla y del cuerpo técnico. La conjura es general y no tiene fisuras. Todos. Todos. Todos. No hay ningún alma que ante esta cita no está ya henchida de ilusión y creída de que solo hay que salvar el último trámite de noventa y pico minutos para haber logrado lo que se ha merecido durante una campaña en la que ha cabido de todo. Los que están, los que se han ido, los que continuarán y los que se marcharán, todos bajo un mismo sentimiento.
Así es como se afrontan las grandes citas, y a Almería como ciudad no le vale Wembley, le vale El Madrigal y nada más. Es la vuelta a un lugar que se ocupó durante cuatro temporadas en las que se dio ejemplo de sencillez y deportividad, de calidad y de entrega. Dicen algunos entendidos e incluso el mismo presidente Alfonso García que el mejor equipo de todos fue el que descendió, pero así es el fútbol, caprichoso, y el fútbol es el que le devolverá la categoría que merece a un club simpático en toda España y parte del extranjero, de valores arraigados y de cantera prolija y proliferante de futuro esperanzador. Carteles y banderas cuales ilusiones y esperanzas pueblan una ciudad tibia para esto del fútbol pero que sabe ver que es el momento.
Ha sido impresionante la manera en la que se les recibió antes del partido el Elche. Era el primero de los cuatro consecutivos ante rivales directos y el segundo de las famosas finales. Fue increíble que se mejorara cuando se les esperó antes de recibir al Girona, en el tercer encuentro de los cuatro, siguiente a un segundo en el que se machacó al Alcorcón. Queda el cuarto y último, y se salta con paracaídas porque si se falla resta la promoción en la que nadie piense, pero que está ahí. Vítores y ánimos para los protagonistas, mucha emoción con la salida del capitán Corona, amado por la multitud ahora y siempre, camino del autobús con el gran emblema tanto del segundo ascenso como de la historia del fútbol en Almería, que es Ortiz Bernal. Toca algo grande, se percibe, y la UDA se siente invencible.